domingo, 29 de agosto de 2010

CARTA DE LA PEQUEÑA HE CHUN JIAO


He Chun Jiao es una pequeña china que lucha por sobrevivir. Un día recibo una cartita suya en la que me cuenta lo que piensa del Cielo. (En la China tradicional, “Cielo” es el nombre de Dios.)

Me escribe: “Aquí nadie nos regala nada. Nuestros únicos regalos nos llegan del Cielo. Y ¿qué nos manda? ¡Inundaciones! El Cielo es muy cruel.”

Viendo a la pequeña Chun Jiao tan triste me dirigí apenado al Río y le dije:

- “Río, ¿no te parte el corazón lo que le pasa a la pequeña He Chun Jiao? Ella y su familia se rompen la espalda labrando la tierra y tú inundas sus campos y destruyes su cosecha.”

El Río suspiró y respondió:

- “¿Sabes? mi lecho ya no es tan profundo como antes. La Montaña me llenó de tierra. Llegan las fuertes lluvias y yo ya no puedo contenerlas y desbordo. Me da mucha pena la pequeña He Chun Jiao.”

Me dirigí entonces a la Montaña y le enrostré:

- “Montaña, ¿por qué no cuidas tu tierra? Todos los años, la lluvia arrastra gran parte de tu suelo hacia el río. El Río se llena de lodo, inunda las tierras de la gente trabajadora y destruye sus cosechas ¿No te da vergüenza?”

La Montaña exhaló un profundo suspiro y respondió:

- “Antes los bosques cubrían mis laderas. Las raíces de los árboles formaban un escudo a mí alrededor. Aunque llovieran clavos mi suelo no se movía. Pero ya hace bastante tiempo me arrancaron mi escudo. Con la más pequeña lluvia mi suelo se desliza hacia el valle y colma el lecho del Río.”

Les pregunté entonces a los pájaros y a las nubes, al sol y a la luna adónde habían ido a parar los árboles que protegían a la montaña como un escudo. “He buscado por todas partes y no he encontrado uno solo”.

Los pájaros y las nubes, el sol y la luna suspiraron y me respondieron:

- “Vinieron los hombres. Aserraron el bosque. Hicieron casas, carretas, mesas, ataúdes, papel y también fuego para cocinar y calentarse. Los árboles fueron sacrificados para permitirle vivir a los pobladores de estas tierras”.

Todo esto me pareció realmente muy extraño. Por un lado, la gente vivía a costa de los árboles cortados y, por otro, la tala de los árboles provocaba inundaciones que sembraban la muerte. Y me dije a mí mismo. “El Cielo ha hecho las cosas mal. La pequeña He Chun Jiao tiene razón de estar enojada con Él.”

El Cielo leyó mi pensamiento, suspiró y dijo:

- “Cuando yo hice los árboles, les concedí abundantes semillas. Pero la gente taló los árboles y a menudo, lejos de sembrar otros, quemaron hasta lo que intentaba renacer. Nunca se ocuparon de volver a plantar.”

El Cielo tenía lágrimas en los ojos.

Cabizbajo, regresé junto al Río. Me senté en la ribera y fui yo quién desde lo más profundo del alma suspiró esta vez. Le dije entonces con tono desolado:

- “¿Qué haremos, Río?”

El Río no suspiró pero con infinita dulzura me contestó:

- “Consuélate, hermano. Las lágrimas de todas las pequeñas He Chun Jiao están despertando al mundo. Las montañas recuperan sus escudos. Los ríos muertos recobran vida. Las máquinas que ensuciaban el agua son arrojadas a la basura. Ya no se derrocha el agua sino que se la cuida como un tesoro. No se arroja a la tierra más que lo que ella es capaz de digerir y se trata de darle a lo demás una nueva utilidad, una segunda vida. Se está descubriendo que no se puede seguir apropiándose de todo sin dar nada a cambio. La sabiduría encuentra finalmente un lugar entre lo seres humanos y se instala para morar con ellos para siempre.”

El Cielo oyó las palabras del Río. Una gran sonrisa iluminó su rostro y por encima de la Montaña, del Río y del campito de la pequeña He Chun Jiao salió un sol muy contento.

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